Némesis 2ª parte (borrador) febrero 2008

                    

J.

Aquel mismo día, R. llamó por teléfono a J. para contarle lo sucedido  y este se quedó sorprendido al comprobar que la noche anterior él había tenido un sueño parecido.
En este sueño J. se encontraba en medio de un gran tumulto. Una multitud lloraba desconsolada en silencio mientras caminaba entre colinas, todos en la misma dirección. Madres que abrazaban a sus hijos, como despidiéndose o niños que lloraban sin entender que pasaba.
En el cielo se oían unas tremendas explosiones, como si alguien estuviera golpeando un gigantesco tambor.
Avanzaban hacia un valle situado entre dos hileras de colinas, en cuyas cimas se veían clavadas en el suelo grandes banderas azules con extrañas figuras en negro ondeando al viento, pero en aquel valle no soplaba ni una pequeña corriente de aire.
En la cabecera de aquel valle se situaba un gran edificio rematado por una gigantesca cúpula, construida con algún material azul y negro. Alrededor de la cúpula, formando un círculo, se erigía una columnata de mármol blanco y entre dos de esas columnas, una gran balconada.
Allí, un hombre, alto y corpulento, que miraba apasionadamente la escena. Vestía una túnica blanca con un ojo sangrante bordado en morado. Pero lo más extraño era que no tenía boca y sin embargo reía. Reía a grandes carcajadas, deleitándose y disfrutando con lo que veía. Con los brazos extendidos parecía querer abrazar la consecución de algún oscuro propósito. Su risa era estruendosa y retumbaba por todo el valle, superponiéndose al ruido de las explosiones celestes.
Y aquellos pobres desgraciados seguían caminando en silencio, observados por extrañas figuras humanas como de mármol, sin rostro y en la misma posición que las que aparecían en la visión de R.
J. caminó dentro de aquél torrente humano hasta llegar al centro del valle. Allí observó gentes de todas las razas, edades y condición. Entonces el flujo humano se detuvo ante una gran abertura excavada en el suelo. Era una enorme, una gigantesca sima de profundidades desconocidas; un tremendo pozo sin fondo del que emanaba una oscuridad abominable, ominosa.
Y entonces a un grito del hombre del edificio, la gente comenzó a lanzarse al vacío. Iban cayendo unos tras otros, mientras el tumulto seguía avanzando hacia la sima.
En el borde del abismo se abrazaban y se besaban desconsolados y resignados en un último adiós y después se lanzaban a las oscuras e insondables profundidades.
Al poco J. llegó al borde, allí permaneció un instante, miró alrededor contemplando el edificio de las columnas y a continuación, sin pensar en nada, también se arrojó al vacío.
En ese momento J. despertó.
Envuelto en la oscuridad de la habitación, creyó oír, huyendo por la ventana, los ecos de la risa de aquél siniestro personaje.


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